lunes, noviembre 21, 2011

Naturalismo

Desde el punto de vista técnico, la bandera entre el Naturalismo y el realismo puede resultar difícil de establecer de manera definitiva, hasta el punto de que muchos autores pretenden que el Naturalismo sólo fue una “exageración” de las principales características del realismo. Históricamente, sin embargo, el Natiralismo se comportó – por lo menos en Europa – como una escuela – a diferencia del realismo – y sus representantes asumieron y defendieron con ahínco, por lo menos en los primeros años, la ideología racionalista y cientista del positivismo.

Quizás a causa de esta vocación “clínica” de los fundadores del Naturalismo europeo, quienes afirmaban que uno de sus propósitos era hacer una “anatomía del alma y de la carne”, este movimiento tuvo cierta dificultad para aclimatarse en el subcontinente hispanoamericano, debido a la mentalidad conservadora de las sociedades de nuestra órbita cultural. En efecto, el Naturalismo hispanoamericano tuvo una síntesis propia, que no se ciñó exclusivamente a los principios dogmáticos trazados por el fundador de esta escuela, el francés Émile Zola. Evolucionando a partir del costumbrismo del peruano Ricardo Palma, el escritor naturalista hispanoamericano dejó de ser el reformador social o el ideólogo del Romanticismo, para convertirse en el sociólogo o psicólogo social experimentador que aspiraba a ser el intérprete científico de la sociedad, aunque, en el plano del discurso literario, sus producciones no ofrecen grandes diferencias formales con las obras del realismo.

Un rasgo particular de esta nueva novelística es la incorporación de figurar o comunidades populares en roles protagónicos o antagónicos (como en la novela indigenista “Aves sin nido” de la peruana Clorinda Matto de Turner, o en la abolicionista Cecilia Valdez, del cubano Cirilo Villaverde. También se descubren los secretos de la burguesía en el orden sexual y moral, y en su materialismo excesivo (como en La bolsa, del argentino Juan Martel).

Muchas novelas naturalistas hispanoamericanas no sólo tienen por título el nombre de una mujer, sino que también tienen a mujeres por protagonistas. Estas heroínas representan (en su temperamento o en su conducta) las tensiones, los males sociales y los atavismos de la sociedad en la que se desenvuelven, como en la novela Santa, del mexicano Federico Gamboa, en la que la protagonista, una mujer pura, es arrastrada al vicio y a la degradación.


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